Es bien cierto que para viajar en soledad hay que cumplir con un precepto imprescindible: evitar las fechas vacacionales. El solitario debe olvidarse de los meses del verano, también de los puentes y, por supuesto, de los fines de semana. Vemos, por tanto, que los gustos del viaje solitario no están tolerados para todos los públicos.
Cuando se piensa en un viaje en solitario nunca vienen a la cabeza destinos tumultuosos. Algo que descarta las grandes ciudades, cuyos centros gentrificados son el horror de quien viaja tanto solo como en compañía. Cuando se sueña con ello la mente se llena de lugares remotos, parajes alejados de la civilización, destinos donde la naturaleza es un actor principal.
Esto no quiere decir que no haya personas que viajan solas a las grandes ciudades. Las hay a miles. También que utilizan sus coches en los que utilizan carreteras y autopistas frecuentadas, aunque el viajero que busca la soledad procura apartarse de tales aglomeraciones. El ideario del viajero solitario propugna escapar de todo ello. Busca un viaje más elemental, donde lo correcto es renunciar a los habituales métodos de transporte, para desplazarse a pie y en bicicleta, la manera más directa de conectar con el mundo rural y la naturaleza.
Para encontrar todo esto no hay que irse al desierto del Sáhara, ni a la última frontera del Yukón. Por suerte, aunque España está a la cabeza de los destinos turísticos más tumultuosos del planeta, también lo está de aquellos otros alejados de tales barahúndas. Muchos se localizan en la que llamamos España vaciada, amplio territorio cada vez más vacío y cada vez más extenso. Otros descansan en su naturaleza.
Replicar las pisadas de antaño
España es imbatible en este sentido. Su territorio goza de un medio natural propio del tercer mundo, desaparecido de la práctica totalidad de su civilizada zona geopolítica, pero con las ventajas de ese primer mundo. Es decir, tenemos una naturaleza salvaje, a la que se puede acceder sin las inseguridades inevitables de otras zonas del planeta, que se distinguen por sus valores naturales. Nuestra naturaleza es tan accesible como segura.
Los grandes caminos ibéricos son el destino perfecto para soledades viajeras. Históricos, religiosos, místicos -que no es lo mismo-, geográficos y legendarios. Son tantos, es tan extenso su recorrido, que abruman.
Caminos que cruzan la península
Ahora que el Camino de Santiago ha concluido su tumultuoso y festivalero último Año Santo, es momento de recorrerlo a la manera fetén: con uno mismo por toda compañía. Y para estar más solos aún, antes que el ramal francés, aguardan otras rutas más solitarias. El Camino Madrileño es el más solitario de cuantos llegan a Compostela, su recorrido depara un viaje que pertenece al pasado. La Vía de la Plata es otro de esos ramales que recompensa con creces las ansias de soledad. Dejando al margen las poblaciones, todavía hoy es fácil caminar sin cruzarse con un alma. Cuesta creerlo.
El Camino del Cid es otro viaje épico, especialmente recomendable para almas solitarias. Esta ruta que discurre entre Burgos y Alicante reproduce los devaneos del Cid y sus fieles durante su largo destierro. Quienes busquen algo más agreste deben recurrir a los Senderos de Gran Recorrido, los famosos GR. Entre todos el más solitario es, sin duda, el GR-10. Colosal camino que cruza por la mitad, de este a oeste, la Península Ibérica. Empieza en la levantina Sagunto y concluye en Lisboa en un trazado de más de 1.500 kilómetros de asalvajada soledad. Las largas tiradas de estos senderos recalan en pequeñas poblaciones, pasan al pie de ermitas y monasterios que tienen en el abandono su carácter más marcado.
Aunque los viajes solitarios suelen entenderse como de largo recorrido, es decir de mucho tiempo, en España estos viajes pueden disfrutarse durante períodos más breves, precisamente por la mencionada accesibilidad. Estos largos recorridos se pueden afrontar por tramos, a realizar en sucesivos viajes.
Los ‘must’ más desconocidos
Existen lugares incluso para viajes de bolsillo. Visitas de una jornada, a lugares tan impensablemente a mano como La Pedriza de Manzanares, a menos de 50 kilómetros de una urbe como Madrid. A pesar de tal vecindad, los vericuetos pedriceros más remotos aseguran la soledad absoluta.
Lo que no debe hacer el viajero que ame las soledades es ir a caminatas tan celebérrimas como el Caminito del Rey o la Senda del Cares. Al menos en las fechas más populares. En el primero, hay que reservar plaza con varios meses de antelación, la segunda recibirá este 2023 más de 200.000 visitantes en sus apenas 12 kilómetros. La mayoría lo hará en los meses de verano. Si, a pesar de ello, se quiere conocerlos, ir durante los meses de clima más arisco es una opción.
Puede pensarse que la naturaleza es buen destino de las soledades. Depende de cuál; no toda es así. Los parques nacionales, los espacios bandera del medio ambiente español, llevan años petados. Antes de la pandemia, en 2018, los visitantes a estos lugares superaron los 15 millones de visitantes. Se estima que este año podrían ser más de 20 millones.
Con tres millones de visitantes en la Sierra de Guadarrama, más de dos en Picos de Europa y por encima de cuatro en el Teide, encontrar en estos enclaves naturales la soledad no es sencillo. Aunque existen. Si se elige la cordillera madrileña, no hay más que adentrarse en las espesuras de los pinares de Valsaín, ascender sus vallejos para sorprenderse con el nacimiento del Acueducto de Segovia y encontrarse con leyendas como la del convento de Casarás.
Si se prefieren los Picos de Europa, nada mejor que seguir los pasos de la increíble Ruta de la Reconquista o, más sencillo aún, recorrer las inagotables praderas de Áliva. Los Pirineos ofrecen multitud de lugares apartados y solitarios para recomendables experiencias viajeras, como el sendero GR-11, que recorre de punta a punta la cadena y supone un mes largo de viaje que discurrirá, en gran parte, en solitario.